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lunes, 29 de septiembre de 2014

Tardes de calima y memorias de un caballo de hojalata

Los seres enanos que una vez se me antojaron como gigantes aguardaban tras una cancela a ser alimentados con monedillas para hacer las delicias de algún niño que pasara por allí.
El susurro de las olas trae conversaciones repetidas una y otra vez a lo largo de los años, como en un bucle temporal que envuelven tardes de calima a orillas del mar:
- Abuela, quiero montarme en esa moto.
El tintineo de una moneda, los andares de un caballo de holajata, un duelo de futbolín para acompañar el café de sobremesa. 
La calima hace que hasta el tiempo se vuelva perezoso.
Fotografías y texto: Sara Álvarez














sábado, 20 de septiembre de 2014

Flores, farolillos y volantes. Feria de Ronda 2014.

Un 'leitmotiv' de sevillanas y canciones tradicionales adorna cada una de las ferias a las que he asistido, canciones que se tornan diferentes cada septiembre que pasa.
Habiendo pasado ya ocho años desde la primera vez que fui, nos hemos convertido en diferentes personas, pero sin olvidar cada una de las personas que hemos sido por el camino. 
Sólo puedo tener buenas palabras para los rondeños y rondeñas que me acogen año tras año y hacen que llame a Ronda mi hogar. Un hogar al que volver para divertirme y hacer de esta tierra la mejor terapia para aliviar el alma.
Farolillos adornaban las calles y con los tocados y complementos de Rocío Suárez nos adornábamos las amigas.
Si quieren encontrar parte de mi corazón, búsquenlo en Ronda.













lunes, 11 de agosto de 2014

Al menos no me convertí en piedra

Siempre he sido un poco torpe.
Supongo que todos lo somos, algunos más que otros.
De niña, cuando corría demasiado rápido, acababa cayéndome,
con mis rodillas y manos desolladas.
Eso hacía que cada vez corriera más lento.

Sin embargo, de repente un día volvía a coger impulso
y lanzarme a toda velocidad.
La sensación de sentir el viento en la cara era indescriptible,
 hasta que volvía a caer.
De nuevo, el miedo.

Con el tiempo aprendí que caerse no era malo.
Porque cuando corría con miedo, mi cuerpo (y mi alma) no sufrían,
pero tampoco sentían nada.
Al final me iba cubriendo de piedra.

Finalmente he vuelto a correr,
y también he caído.
Las rodillas y el corazón en carne viva,
pero al menos no me convertí en piedra.
Quizás algún día alguien me preste sus alas.


martes, 15 de julio de 2014

Diario de una Lindyhopper: El día que bailamos bajo la Superluna.

Noche del 12 de Junio. La Luna Llena más grande del año.

Esa noche viajamos en el tiempo, los teléfonos móviles dejaban de tener sentido y la mejor red social se establecía entre canción y canción a la pregunta de ¿Bailas?.
Los ritmos de los años 40 inundan el ambiente, la gente contagiada por el ritmo de la batería y todo el mundo hacía el bouncing casi sin darse cuenta.
Luz de farolillos iluminan la escena con personajes de provincias conversando en diferentes idiomas, porque la música no entiende de fronteras.
Diez canciones agitadas. Una canción lenta. Un suspiro de alivio. Conocidos y desconocidos se dan cita en la pista de baile. Chico con chica, chica con chico, chica con chica, señor con señora, señora con señora, niña con señora, chica con señor, chico con señor. Toda convención social se rompe porque lo único que importa es bailar, bailar y bailar. La gente se emborracha sólo con el ritmo de la música y el sudor se antoja como agua fresca en una noche de verano.
La diversión pasa factura a mitad de la noche. Las rodillas se resienten. Entonces, una sonrisa cómplice y una mano extendida se convierte en la mejor medicina. Una conversación sin articular palabra: ¿Bailas?.

Noche del 12 de Junio. Ritmo frenético de Swing. Una sonrisa. Mil sonrisas. La Luna se nos quedó pequeña.


Texto: Sara Álvarez
Fotografías: Irene Álvarez










  





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