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lunes, 11 de agosto de 2014

Al menos no me convertí en piedra

Siempre he sido un poco torpe.
Supongo que todos lo somos, algunos más que otros.
De niña, cuando corría demasiado rápido, acababa cayéndome,
con mis rodillas y manos desolladas.
Eso hacía que cada vez corriera más lento.

Sin embargo, de repente un día volvía a coger impulso
y lanzarme a toda velocidad.
La sensación de sentir el viento en la cara era indescriptible,
 hasta que volvía a caer.
De nuevo, el miedo.

Con el tiempo aprendí que caerse no era malo.
Porque cuando corría con miedo, mi cuerpo (y mi alma) no sufrían,
pero tampoco sentían nada.
Al final me iba cubriendo de piedra.

Finalmente he vuelto a correr,
y también he caído.
Las rodillas y el corazón en carne viva,
pero al menos no me convertí en piedra.
Quizás algún día alguien me preste sus alas.


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